miércoles, 3 de septiembre de 2008

meduse









La blanquisidora es blanquísima y respira en lencerías. Sus dedos son precisos; sus ojos, angulosos. No recuerda haberse resfriado nunca, su voz es, no obstante, un poco ronca. Dice que jamás ha soñado y uno le cree.
Muchos acuden a ella en busca de orden. Es irresistible. Habla poco, pero lo que dice tiene el valor de un dogma religioso. No se ha estipulado que rece, ella es su propia iglesia.
Cuando celebra la blancura, uno se avergüenza de haber vivido tanto tiempo en la inmundicia.
Todo es inmundo comparado con ella, no hay mentís que valga. Abre mucho sus ojos angulosos, los dirige serenamente hacia uno y le hace sentir un resplandor desde dentro. Es como llevar en sí mismo todos sus manteles correctamente doblados, nunca estirados, formando un blanquísimo montón, eternamente, eternamente.
Sin embargo, jamás está del todo contenta, pues hasta ella encuentra manchas en su lencería.
Hay que ver como se arrebata al descubrir un punto diminuto. Se vuelve un peligro, como una serpiente venenosa. Abre la boca y descubre sus horribles colmillos ponzoñosos.
Se yergue antes de atacar:!ay de la pobre manchita!.
Ha habido casos en que el miedo la hacìa desaparecer, y la blanquisidora se pasaba horas y horas buscándola con insistencia. Pero otras veces no desaparece. Y es como si pasara un huracán. Coge la lencería - no la coge sola, sino con otras veinte que ya estaban apiladas - y, sin perder un instante, comienza a lavar de nuevo el enorme fardo.
En momentos como ese es preferible dejarla sola, pues su frenesí no tiene lìmites.
Lava también todo lo que está a su alcance: mesas, sillas, camas, gente, animales.
Es como en el juicio final. Nada halla gracia ante sus angulosos ojos.
Hombres y animales son lavados hasta morir. Es como antes de la creación del mundo.
La luz es separada de las tinieblas. Ni el mismo Dios está seguro de lo que vendrá.

El testigo de oído, Elías Canetti

No hay comentarios: